País agreste, lleno de zarzales y peñascos. Al fondo, una selva; a un lado una roca, morada de Abubilla.
En escenas
EVÉLPIDES, llevando un grajo sobre el puño.
PISTETERO, llevando igualmente una corneja; y los dos en busca del reino de las Aves.
EVÉLPIDES.-(Al grajo que le sirve de guía.) ¿Me dices que vaya en línea recta hacia aquel árbol?
PISTETERO.-(A la corneja que trae en la mano.) !Peste de avechucho! Ahora grazna que retrocedamos.
EVÉLPIDES.-Pero infeliz la qué andar errantes en todos sentidos? Con estas idas y venidas nos derrengamos inútilmente.
PISTETERO.-¡Qué imbécil he sido al dejarme guiar por esta corneja! Me ha hecho correr más de mil estadios.
EVÉLPIDES. -¿Mayor dicha que la de llevar de guía a este grajo, que me ha destrozado hasta las uñas de los pies?
PISTETERO.-Ni siquiera sé en qué lugar de la tierra estamos.
EVÉLPIDES.-¿No podrías tú averiguar desde aquí dónde cae nuestra patria?
PISTETERO.-No, por cierto; ni Execéstides la suya.
EVÉLPIDES.-¡Ay!
PISTETERO.-Tú, amigo mío, sigue esa senda.
EVÉLPIDES.-¡Terrible engaño el que nos ha hecho Filócrates, ese atrabiliario vendedor de pájaros! Nos aseguró que estas dos aves nos guiarían mejor que ninguna otra a la morada de Tereo la Abubilla, que fue transformado en pájaro, y nos vendió este grajo, hijo de Tarrélides, por un óbolo, y por tres aquella corneja, que sólo saben darnos picotazos. (Al grajo.) ¿Por qué me miras con el pico abierto? ¿Quieres precipitarnos desde esas rocas? Por ahí no hay camino.
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